PREPARANDO LA MOCHILA

Pues en este momento me encuentro, precisamente en ese momento universalmente crítico de decidir que cosas meter en la mochila y llevar conmigo, y que otras se quedan almacenadas en polvorientas cajas que un día futuro serán profanadas para descubrir en su interior tantas cosas como interrogantes sobre su utilidad.

Y es que me voy de viaje por algún tiempo.

Y como buen viajero aprecio como el arte más refinado que pueda existir ese movimiento, a veces dirigido y otro intuido, que me llevará a transitar infinidad de paisajes, idiomas, sabores y maneras de ser.

No es la primera vez que me enfrento, gustosa y voluntariamente, a una aventura así. Y espero que no sea la última. Tiempo hace de ese viaje que realicé a Sudamerica durante tres increíbles meses, y ya dos años (parece mentira) de mis andaduras en Bosnia y Europa del Este. Entre medio de estos dos hitos viajeros en mi vida, puñados de visitas relámpago a lugares tan remotos como próximos. Especial mención a mis dos viajes a Marruecos, un país que recomiendo encarecidamente a toda persona que guste de contrastes y lugares tan ricos como duros de viajar.

Por supuesto no han sido pocas las personas que, desde la preocupación por mi vida aventurera y su deriva poco convencional, me han ‘recordado’ la decisión de dejar trabajo y casa para irme a viajar, sin más. Viajar no da dinero, todo lo contrario, y a mis 33 años la cosa empieza a levantar serias preocupaciones. Yo la verdad es que no lo entiendo muy bien, sobre todo estos días, con la ‘crisis‘ que estamos sufriendo de desabastecimiento general y psicosis apocalíptica, pues creo que uno de los pilares básicos de nuestra bienestante sociedad es la obsesión por acumular cosas y el miedo irracional a perderlas, sin apenas tiempo para disfrutar de ellas. Yo no estoy haciendo otra cosa que invertir lo que he podido ahorrar en disfrutar de esta vida, para mi la única oportunidad de hacerlo.

Viajar me ha enseñado que casi todo el mundo vive sin nada o con muy poco, y son tan felices como nosotros o más. Por lo menos no viven con nuestro miedo a perder. Yo creo que si nos vieran por un agujerito corriendo a las tiendas y gasolineras como almas condenadas al infierno se reirían tanto como nosotros cuando veíamos el programa de Benny Hill. Y es que creo que hemos perdido de vista el sentido de la vida. O puede que lo hayamos extraviado en algún lugar durante el ancestral camino que nos ha llevado a cubrir todas nuestras necesidades básicas y vivir envueltos en una cierta seguridad. Viajar no es el sentido de la vida, estoy seguro, pero si uno de los sentidos de mi vida. Otras personas vivirán otros sentidos y ante ellas me quito el sombrero.

Y con estas reflexiones en mi mochila me marcho de viaje, pocos días quedan ya para que el temido momento de montarme en el avión (mi autentica cruz, un viajero con miedo a volar). Aunque me consuela que al poco de aterrizar reencontraré con las gentes a las que hace tiempo dije hasta luego y que tengo muchas ganas de volver a ver. He elegido a Hermes como uno de mis compañeros de viaje (dios olímpico de la fronteras y de las gentes que las cruzan), junto con unas interesantes lecturas, algo que hace demasiado tiempo que no encuentro momento de hacer y que siento que me empobrece significativamente. Dos son las elegidas; Dersu Uzala, una historia de exploradores en la estepa siberiana, y El Hombre Doliente de Viktor Frankl, autor de unos de los libros que siempre recomiendo, junto con el Arte de Amar de Erik Fromm, El Hombre en Busca de Sentido, dos inmensas gotas de sabiduría. Algo de ropa y el neceser completan el equipaje. Y los euritos, claro está, precioso combustible para el viaje.

Me queda algo de espacio en la mochila, pero creo que sería insuficiente para haceros un hueco a todos y todas, así que abro este blog para que quien desee disfrutar de este viaje sin destino fijo, me acompañe, subiéndose y bajándose en la estación que desee, dejando a cada paso un comentario de su presencia.